Les voy a contar un poco sobre ese, quién me encontró en la luna y aún así me tomó de la mano... y me salvó de morir lentamente, un hombre que me dijo, ven, está poca madre tu nube, pero acá, acá está mejor... Y que por un momento sus palabras sonaron y suenan como pronunciadas por el diablo (¡ay nanintaaa!) Pero que me han enseñado la felicidad de una manera insólita.
Es extraño, ahora por más triste que me sienta por un lado, por otro tengo un ánimo persistente y estoy asombrada porque no había experimentado esa sensación. Por lo regular cuando algo no giraba en mi vida, era irremediablemente perceptible, debido a que, si por alguna razón estaba sola o inclusive en compañía, mi manera de transmitirlo era respondiendo con lo que los demás querían ver y escuchar sobre mi. Perdía identidad, moría, en verdad, moría.
Ya no me interesa qué es lo que piensan o no de mi personalidad, de mis sentimientos, ahora sólo estoy yo y mi anhelo de alcanzar la felicidad tácita, la que me obligará a permanecer atenta de lo que me rodea guiándome de manera pragmática a pesar de mi implacable mente soñadora...
Por este hombre, me olvidé del egocentrismo que tanto critico, pero que vivía arraigado a mi ser en cada una de mis acciones, hasta en esos momentos a los que recurría al dramatismo por tedio, por inconformidad de respirar diario el mismo aire. Aunque estuviera sola o sintiera soledad, siempre estuve preocupada porque el resto del mundo mirara hacia acá... hacia mi malestar, al hastío, al vacío, camuflageado con matices de esperanza y alegría que eran una total y absoluta mentira.
Fue él que después de escuchar atentamente mis largas pláticas y resoluciones sobre esta pinche vida, muchas veces me dijo: -ya Karla, deja de pensar tanto... no puedes saber si va a salir bien o mal, házlo... házlo y deja de cuestionarte... camina, no corras, camina- seguido de un abrazo, en el que su mano cubría mi cabeza, -yo quiero cuidarte- me decía. Y por primera vez, esa protección de un actuar certero, hizo emanar una lágrima, la primera con un significado distinto a las demás, otras lágrimas, millones, que volaron al viento, desperdiciadas por completo. Esta vez ese llanto proclamaba libertad.
Qué extraño fue que precisamente él... con ese ceño fruncido y reserva ante los demás, tuviera momentos de vulnerabilidad y entrega absoluta. Él, que estoy casi segura que no tiene idea de lo que es capaz de enseñar. Fue él, que me mostró todos sus lados, la parte egoísta y de la que más aprendí (egoísmo, no egolatría... no narcisismo, que a todos nos sale muy bien) su lado alegre, que tantas veces me hace reír, su desprendimiento, que le permite ser sin preocupaciones... sin ataduras, su honestidad que caía algunas veces en cinismo, pero con fundamento. Su ternura, aún detrás de esa voz grave y dominante. Son tantas cosas... tantas, que me hacen llorar, pero con una sonrisa en la boca... estoy cumpliendo una de mis grandes fantasías, que salieran de mis ojos lágrimas, pero de felicidad.
Fue él que dándome su parte vulnerable lloró, lloró muchas veces por haber elegido caminos errados, en donde él perdió la senda y coartó su libertad. Descubrí que el arrepentimiento en un ser humano, puede ser más prolífico que cualquier otra sensación. Observé en él un llanto vehemente de superación y coraje. Constaté que mis lágrimas; ese sufrimiento que cargué a cuestas tantos años, era totalmente infundado y absurdo, y él me lo enseñó cuando pasábamos horas platicando sobre cómo recordaba su infancia y parte de su adolescencia, siempre con ratos obligados de risas (porque además es un excelente orador, jamás pensé encontrar a alguien que hablara más que yo, jajaja) hasta que él decidió tomar el camino equivocado... hasta ese punto, sus señas de evasión y dolor son palpables y mi estúpido pesar desaparece, ahí es donde yo quiero cuidarlo y me da miedo... Él a pesar de todo, siempre con el carácter y la audacia de sortear los obstáculos a su conveniencia, con paso firme y respetuoso. Con objetivos claros y a corto plazo que se fija cumplir, sea cual sea la manera de alcanzarlos, perseverante como pocos y yo, con miedo (idiota)... Cuando me muero de ganas de abrazarlo, besarlo, hacer el amor y de seguir aprendiendo y de llenarme de su fortaleza, de su optimismo.
De él me enamoré... de quien jamás entró en mis sueños... del que ni siquiera pintó en alguna de mis fantasías como personaje secundario... él me enseñó a amar, amar libremente, amar sufriendo, sí, pero por el amor mismo, no demandando cariño, no por ataduras al pasado, simplemente amando.
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