Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal - Nietzsche
Antaños resquicios de recuerdos sublimados, felices anhelos que un día se despedazaron. Mi mente se negaba a volver al lugar de donde partimos la dicha y yo tomadas de la mano, hasta que ésta, decidió alejarse de mí en cuanto entré a ese lúgubre bosque, pero hoy, justamente hoy, las nubes se hermanan en un son de complicidad, para abrirle paso al opulento Sol, que atesta de razones los incautos destellos de mi herido corazón, liberando mi alma aherrojada que permaneció escondida tras esos árboles del silencio.
Quiero ver el cielo y dirijo mi mirada hacia la inmensidad, pero el fulgor intenso me obliga a cerrar mis ojos y de inmediato percibo la calidez de su aura que siento tan agradable, que me invita a sonreír sacando a flor de piel todas mis emociones, aquellas no tan bellas, acompañadas de su antagónico, euforia y llanto, unidas para crear el equilibrio perfecto que sublima en el esbozo de un gesto armónico.
Es aquí en donde inevitablemente se manifiesta tu obstinada esencia, evocando tu abrazo que desvanecía carencias, tu simple presencia llenaba la nada con la que nací, con besos o sin ellos, el estruendo de la cadencia interna, atestaba mi corazón de regocijo por verte y nuestras miradas se fundían en un hálito de conspiración que fulminaba instantáneamente nuestros alrededores, quedando sólo nosotros, en un paisaje creado por nuestros deseos.
Te conocí desde siempre, desde que mi alma hiperactiva se sacudía con fuerza en mi niñez, cuando vislumbraba el amor jugueteando con mis muñecos u hojeando mis libros, en donde las palabras aún no articulaban relatos, pero sí mi mente, que volaba libre de ver letras fútiles, que formaban cuentos interactivos en donde ya eras protagonista, siendo una utopía con ojos y boca, de formas heterogéneas y varios colores, o siendo aquellos paisajes indefinidos, porque sólo existían dentro de mí. Ahí estabas, en ese silencio perenne que me desprendía del mundo real y que me diferenciaba de los demás. No tenías rostro ni nombre, pero te sabía, desde que ese amor etéreo circundaba cada comisura de mi pequeño cuerpo. Era la pasión a lo incierto, el asombro de lo viejo, que venía siendo así, después de haberlo dejado un minuto antes; la sucesión de sueños que cambiaban de objetivo en micras de segundo, para olvidarse y recrearse con una facilidad tremenda... Sin repercusiones, sin algarabía. Yo te percibía aún antes de verte… Cuando el impulso de la nada, me daba la fuerza de investigar todos mis cuestionamientos, tan llenos de verdad, repletos de ternura.
Después, al pasar los años, se me fue olvidando esa magia, cuando la preocupación de obtener un resultado para alguien más, que no pertenecía a mi fábula, fue convirtiendo mi amor en angustia, cuando mi piel se comenzó a erizar de temor, cuando mi afonía empezó a repercutir a sus ojos, los de todos ellos… Cuando la pasión que siempre me caracterizó, fue un yunque que tuve que cargar a cuestas por años, súbitamente iluminaste de nuevo la senda y no lo supe hasta que mi sangre hirvió de razones hilarantes. En el fondo te reconocía… de alguna parte, algo dentro me decía que tú y yo fuimos, vivimos, reímos, jugamos. Al ver tus ojos contemplé todas las tonalidades del viento, sí, aunque pudieran decir que es incoloro, yo las vi. Era el amor que una vez más, se hacía patente dentro de mí, para ti. Qué lástima que no pudimos con tanto, y que no haya percibido la calidez de tu abrazo, por esas sombras que opacaron la vereda... Fue muy triste, pero aún así, gracias, gracias por resucitarme.
Si tan solo mis pasos hubieran sido la mitad de tambaleantes, pero verdaderos como en ese entonces; aunque mis pies dirigían pasos cortos debido a su diminuto tamaño, yo cubría distancias monumentales. Si tan solo hubiera recordado mi valentía de antaño.
Es hasta hoy donde, excelso y llano como lo dicta el tiempo, natural e internamente fastuoso, que sobrepasa cualquier límite entre el alma y la piel, rompiendo ésta, volviendo ostensible su presencia, brota por mis ojos, por cada poro, nuevamente.
La piel de mi rostro sigue absorbiendo sus rayos suntuosos y la satisfacción invade el motivo, el mismo en donde nos fundimos en el infinito, para ser parte de todo y nada, en donde resurge la fuerza y se afianza la voluntad, en donde te sé y jamás te perderé.